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El título de una de mis películas preferidas de Kim Ki-Duk y de esta tercera entrada que tiene como locación el Hierro. Isla del cuál su verde me sorprendió, puesto que tenía de ella solo esa imagen mental mucho más árida y hostil creada por la serie homóloga en su título. La referencia a Kim no es sólo una asociación libre y descolgada sino que fue material de discusión en la mesa del Pozo de la Salud, en uno de esos tantos almuerzos estimulantes que compartimos tutores y coprotaguionistas. Hablé de Kim Ki-Duk y de Hirokazu Koreeda y creo que me olvidé de mencionar que lo que me mueve y conmueve del cine de ambos es su verdad. Quizás uno más grandilocuente que el otro, pero en específico, sus películas están repletas de esos momentos de humanidad auténtica. Los dos juegan en el borde pero nunca caen en el sentimentalismo barato; ese sin identidad que subraya emociones constantemente. Verdad y Autenticidad; la primera la tratamos en el Taller de Dirección de Actores con Natalia Mateo en el que teorizamos y luego pusimos en práctica eso de escarbar más allá de las máscaras del Yo Adquirido para explorar lo íntimo y vulnerable (y por tanto más verdadero) que se cuela y cuece por debajo. Autenticidad, algo de lo que hablamos mucho y discutimos otro tanto más, en el taller de Pepe Coira, refiriéndonos a la importancia de los universos que creamos/retratamos como autores. Lo estimulante de esta profesión es poder capturar esas aristas universales e inherentes a todo humano pero también las idiosincrasias de los lugares y las personas sobre las cuales escribimos. Así, como a fuerza de crisis somos conscientes de que ciertos modelos depredadores y superficiales de turismo no son sostenibles y lo que hacen es volver el mundo homogéneo y gentrificado (sinónimo de 0 autenticidad). Creo que, como autores, tenemos la responsabilidad y el deber de indagar y curiosear para llegar a lo particular, a lo auténtico, a lo que hace de un lugar único e inigualable para no repetir esa visión enlatada y genérica. Porque si me paso una semana en el Hierro es para probar la densidad de sus quesadillas, sus quesos vestidos de mermelada de piña, sus vinos creados a fuerza de alisios y sus costas y cordilleras bañadas de sal, volcán y panzas de burro. Para acariciar a Rayo (un lobo herreño) y conversar con Domingo (el pastor de su dueño). Para escuchar epopeyas de lucha canaria protagonizadas por personajes con apodos tales como “Canasta de tunos”. Para guiarme por el beat de un tambor herreño sumado al aullido de la Sabinosa. Para oír de Rubén lo mucho que se extraña esa vida herreña tan tranquila y anclada en otro tiempo cuando uno se va de la isla. Y también cómo procesan y de qué manera narran todo ésto mis amigos y compañeros de Islabentura; pero no para quedarme en mi hermética zona de confort reconfortando mi paladar con sabores ya conocidos. Pasa en la vida, pasa en las películas, pasa en…  El Hierro.