
El verano ha llegado como una bofetada en la cara. Calor abrasador acompañado de cambios y dudas. Menuda confusión. Escribo esto después de pasar una magnífica semana acompañada de los guionistas de esta edición y la nostalgia me invade. Ya me disculpo por el tono.
Cada vez queda menos para materializar una propuesta en largometraje, con sus secuencias, escenas, diálogos. Con elementos visuales, significación y mensaje. Eso implica un enfrentamiento directo con la historia, que se asemeja a un pez salvaje y arisco; del que conoces su tema o especie, pero tienes que aproximarte hasta llegar al umbral de su misterio y nadar con él. Cuando lo intentas, parece que las ideas para definir tu historia te encuentren y no sabes qué hacer con ellas, o las cuestionas hasta que dejan de tener sentido. Te encuentras descubierta, que no es malo, siempre y cuando no te sientas derrotada. Hay que evitar delirar por insolación de ‘sobreideas’ mientras la estás observando.
Cuando me sobrecoge esa sensación debo recuperar la esencia del proyecto y sus elementos. No ayuda el ser catastrofista por compaginar trabajos, vivencias y accidentes que me han desorientado, aunque este animal salvaje no tiene ninguna culpa de ello. Hay que ser paciente y ver si funciona, volver atrás. ¿Qué quiero decir? ¿Quiénes son mis personajes? Es increíble la cantidad de páginas que se pueden escribir sin llegar a decir nada.
Por eso es importante la tutorización, porque te recuerda que no debes nadar en círculos, sino plantearte unos metros seguros, funcionar por etapas. Además, los compañeros y compañeras también se prestan a comentar aspectos del proyecto, hecho que ayuda a verlo desde un punto de vista externo. Al final, hay que dedicarle mimos y productividad a partes iguales, y así fijarte en aquello que es decisivo para la historia hasta que quede bien claro. Azul turquesa cristalino.
Y cuando sucede ese nado con dirección fija es bonito encontrarse y sentir que ya no das demasiados tumbos sin motivo; aunque algunos sobran y otros provocan cierta resonancia que aún no consigues identificar. Está bien flotar sin movimiento y dejarse llevar por las olas hasta encontrar lo que realmente quieres contar: cargarte de energía y seguir. Te devuelve la ilusión, sabiendo que llegarás. Al final, esto de la escritura va de bañarse en la historia, refrescarse y disfrutar hasta llegar a tierra firme.