El traqueteo de las teclas del portátil y la playlist que creé con el título “Olivia”, fueron la banda sonora de Septiembre. Eso y el palpitar constante de mi corazón ansioso y el nivel de concentración casi maníaco que sólo se alcanza con una fecha de entrega inminente.
Entregar el guion fue proceso extraño, doloroso al principio, y las dudas sobre si funcionaba o no la peli, me invadían constantemente, pero también la satisfacción de hacer esos últimos cambios que completamente transforman una escena. Y poco a poco me he ido quedando con el orgullo de haber escrito mi primer largometraje. He pasado de una idea a 96 páginas de guion en apenas seis meses. Y, créeme, ha sido intenso.
Afortunadamente no estuve sola he contado con el apoyo constante de mis compañeras de aventura: el resto de guionistas, que con un generosidad inmensa me han hecho sentir arropada al saber que no era la única que estaba escribiendo sin tino, y quienes en los mayores momentos de pánico me calmaron y animaron a seguir.
Afortunada también por haber tenido a mi lado a una tutora de la altura de Yolanda García Serrano, que me daba caña cuando necesitaba centrarme, y quien tiene un ojo y una habilidad para escribir a la que aspiro a llegar algún día. He intentado obedecer a Yolanda en todas sus notas y sugerencias: “estas 14 secuencias sobran”, “el beso quedaría mejor si lo inicia otro personaje”, “esto no pertenece a un diálogo, mejor muéstralo”, “esta escena necesita conflicto”…
De todos los consejos de Yolanda me llevo tatuado en el corazón una de las primeras notas: “tienes que pasártelo bien, disfruta” y una de sus últimas “no le tengas miedo al conflicto”. Ahora mis escenas favoritas son las que escribí con gozo y en las que abunda el conflicto. Siempre me tomo la creación como algo muy serio, un ritual sagrado al que hay que enfrentarse con rigor… esto no ha cambiado, pero a partir de ahora lo primero es el disfrute.